Pero, ¿qué está provocando este declive? Más allá del casi siempre adecuado “¡Es el mercado, estúpido!”, es evidente que uno de los factores clave que está empujando a muchas tiendas a cerrar es la falta de un relevo generacional. Las nuevas generaciones hace mucho tiempo que han dejado de ver el comercio como una opción atractiva. Ponerse al frente de una tienda deportiva familiar implica sacrificios, largas jornadas, y una dedicación total que muchas personas jóvenes simplemente no están dispuestas a asumir. El concepto de sacrificio, que fue fundamental para los fundadores de estos negocios, no tiene el mismo valor hoy en día. Las prioridades han cambiado, y con ellas, ha cambiado también la voluntad de continuar con el legado de una tienda que, para quienes la pusieron en marcha, ha sido una extensión de su vida.
A estas dificultades por encontrar un relevo se suma, y con un peso casi determinante, la cruel competencia. Cruel e invencible para la mayoría de estas tiendas históricas. Las grandes cadenas -nacionales e internacionales-, las propias marcas, los gigantes del e-commerce y alguna que otra “pequeña” cadena que ha sabido nadar a contracorriente, han creado un entorno casi inviable para que estas pequeñas tiendas familiares puedan sobrevivir. Tener que enfrentarse a precios más bajos, a una oferta abrumadora -y más exclusiva- de productos y la complejidad de la logística de ventas globales desmotiva a aquellos que han luchado durante décadas. Sobre todo, si en esos años no se han ido adaptando a los cambios que exigía el mercado. La sensación de luchar contra un enemigo imposible de vencer es común entre los pequeños empresarios, quienes ven cómo, con cada año que pasa, es más difícil competir en un mercado tan globalizado y tan fragmentado. Y encima sin relevo. Un relevo que por conocimientos probablemente podría buscar salidas a ese túnel, pero que no tiene la más mínima intención de meterse en esa guerra.
Tampoco ha ayudado mucho el cambio que se ha dado respecto a las grandes zonas comerciales en muchas ciudades. Las tiendas históricas, algunas de ellas ubicadas tradicionalmente en el centro de las ciudades o en barrios que alguna vez fueron bulliciosos, han visto cómo el flujo de personas se redirigía hacia otros sitios o, en el “mejor” de los casos, se mantenía, pero en sus ubicaciones se abrían varias tiendas de sus competidores. La combinación de factores como la gentrificación, el aumento de alquileres, y la competencia de las grandes superficies comerciales ha terminado por mermar su clientela, que durante muchos años fue su gran aval. Todo ese “renacer” del comercio de proximidad que se dio durante la pandemia, no tardo en quedarse en nada. El hombre es un animal de costumbres y, al final, el trato humano es importante, pero más lo acaban siendo factores como el precio, la oferta o el espacio. Por no hablar de que hay una nueva generación que prefiere la utilidad de un clic a la experiencia y el conocimiento de un comerciante local con décadas de experiencia.
Cada vez quedan menos tiendas familiares, y la tendencia solo parece acelerarse. El cierre de estas tiendas es una pérdida no solo para el sector comercial, sino también para el tejido social y cultural de muchas ciudades. Un pedazo de historia y de pasión se va con cada persiana que baja. Y aunque la modernización y el avance son inevitables, no podemos dejar de lamentar la desaparición de estas instituciones que, durante décadas, han sido mucho más que simples negocios. Es el estúpido mercado….
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