Del 28 al 30 de noviembre se celebró, en Múnich, una nueva edición de ISPO. Y más allá del balance oficial que sus responsables ya han hecho (y que pueden leer AQUÍ), nos gustaría hacer algunas consideraciones sobre cómo hemos visto nosotros esta nueva edición del que, desde hace muchos años, ha sido el gran epicentro mundial de la industria del deporte.
Antes de empezar a hablar de la edición de este año, hay dos máximas que hay que tener muy en cuenta a la hora de hablar de ISPO y de cualquier feria: la primera, y más importante, es que nunca se debe generalizar sobre cómo ha ido o ha dejado de ir una feria, porque para unos puede haber ido muy bien y para otros, en cambio, puede haber sido un desastre. Y la segunda, es que cantidad y calidad son dos cosas muy diferentes, y que hay ferias en las que hay mucha gente y se trabaja poco, y otras en las que hay poca gente y se trabaja mucho.
Dicho esto, entremos en materia. Lo primero, inevitablemente, es hablar de los expositores. Y en este sentido es evidente que las sensaciones no son del todo buenas. Y no lo son porque cada vez hay menos grandes marcas en Munich. Primero desapareció el esquí, muy tocado por inviernos malos, por la pendemia y, sobre todo, nada de acuerdo con el cambio de fechas del salón. Noviembre es un pésimo mes para que este universo presente novedades y era bastante previsible que la estampida fuera importante. Y lo ha sido. De esos tres pabellones que no hace mucho se dedicaban al esquí y al snow, y donde todas las marcas líderes exhibían a lo grande sus novedades, queda muy poco. Pero eso es algo que ISPO ya debía tener contemplado cuando adelantó su celebración -de hecho, cuando tomó esa decisión el esquí ya estaba desapareciendo del salón-.
Con el esquí prácticamente desaparecido y un outdoor a la baja, el protagonismo de ISPO se lo llevan irremediablemente todas esas nuevas áreas que el salón ha ido diseñando en los últimos años para ampliar su radio de acción y ofrecer, a los visitantes, mucho más que producto.
Sin el esquí, la estrella tenía que ser el outdoor. Y todo apuntaba a que así sería. Sobre todo si tenemos en cuenta que ese adelanto de fechas estaba muy motivado por las presiones de la industria del outdoor. Pero cosas de la vida, muchos de quienes apoyaron ese cambio no han estado este año en ISPO. O no como expositores. Y al final, cuando uno mira la lista de marcas del universo outdoor que han acudido al salón, nota muchas ausencias. Y sí, puede que para algunas marcas "secundarias" estas ausencias sean, incluso, una oportunidad, pero la realidad es que sin la mayoría de las grandes, la capacidad de atracción de ISPO se reduce considerablemente. En outdoor y en todos los segmentos.
Un mundo aparte, otra vez, los pabellones ocupados por los proveedores. Los chinos que dicen algunos. Hace años nos cruzabamos por sus pasillos con muchos profesionales que parecían avergonzarse de tener reuniones en esos pabellones. Ahora, no solo no se esconden, sino que muchos de ellos acuden a Munich básicamente para visitar estos pabellones. Y para ISPO son una de las grandes bazas para sumar expositores... y ganar visitantes. Y eso, entre muchas otras cosas, significa que la producción en Asia ha recuperado su dinámica.
Con el esquí prácticamente desaparecido y un outdoor a la baja, el protagonismo de ISPO se lo llevan todas esas nuevas áreas que el salón ha ido diseñando en los últimos años para ampliar su radio de acción y ofrecer, a los visitantes, mucho más que producto. Espacios como, por ejemplo, el Future Lab, que en un pabellón entero servía como paraguas de los premios ISPO, los reconocidos Brandnew Awards o nuevos espacios claramente enfocados a potenciar el talento y la innovación. Espacios que quizás no tengan un retorno econónico tan evidente -e inmediato- como el que pueda tener un stand tradicional, pero que para el sector representan una oportunidad única para definir tendencias y ver hacia dónde se dirige la industria.
Habrá que ver que consecuencias tiene para este salón, y para otros donde el pádel también tiene presencia, el más que previsible éxito del Padel World Summit, con una Expo que desde hace días tiene el cartel de completo. Y con todas las grandes, de todos los universos del pádel, en la lista.
En cuanto al pádel, otro espacio por el que ISPO ha vuelto a apostar este año, sentimientos encontrados. La ubicación era un tanto extraña, justo al lado de la desangelada área reservada al universo del Health and Fitness, y la afluencia quizás no ha estado a a la altura de lo que algunos esperaban. Y aunque ha habido movimiento y algunos expositores han acabado bastante satisfechos (lo dicho, a veces un buen contacto compensa la inversión), la sensación más generalizada -y en eso sí que me permitirán generalizar- es que “ISPO quizás no es el mejor sitio para según qué cosas”. Y eso no es solo culpa de ISPO, solo faltaría. El problema, como siempre, tiene que ver con las expectativas y, sobre todo, con cómo se prepara una feria.
En cualquier caso, no hay que dejar de poner en valor el esfuerzo que ha vuelto a hacer ISPO para dar un empujón al pádel y, sobre todo, el trabajo que se ha hecho desde el Clúster Internacional del Pádel para que sus asociados aprovechen ese gran escaparate. De cara al año que viene está por ver cómo gestionará ISPO este espacio, qué marcas van a repetir y, sobre todo, habrá que ver qué consecuencias tiene para este salón -y para otros donde el pádel también tiene presencia-, el más que previsible éxito del Padel World Summit, con una Expo que desde hace días tiene el cartel de completo. Y con todas las grandes, de todos los universos del pádel, en la lista.
Viendo la evolución de ISPO en los últimos años es inevitable que nos preguntemos por qué cada vez hay menos grandes marcas que acuden a Munich como expositores. Y aunque no es fácil encontrar una respuesta “única”, porque cada marca tendrá sus razones, sí es cierto que hay varios aspectos que han tenido una incidencia en muchas de estas bajas, y casi siempre han tenido que ver, directa o indirectamente, con la rentabilidad. Que al fin y al cabo es lo que cuenta. Exponer en ISPO no es precisamente económico, y aunque durante años muchas de estas marcas han tenido un muy buen retorno, los cambios que ha experimentado el mercado -mucho antes de la pandemia, por cierto- han hecho que este retorno haya bajado considerablemente. Por mil razones, y todas ajenas a ISPO, por cierto. La ley del mercado. Por ejemplo, hay que tener en cuenta que la mayoría de esas marcas ya tienen cubiertos los mercados estratégicos, con lo que acudir a ISPO a buscar nuevos distribuidores -una de las razones de mayor peso para exponer en Munich- ya no tiene tanto sentido. Y menos teniendo en cuenta el gran coste que implica. Un coste que cada vez más marcas prefieren destinar a sus propias estrategias B2B y, sobre todo, B2C.
¿Conclusiones? Pues como reza nuestro titular, creemos que ISPO está en un momento de transición. Un momento muy complejo en el que deberá encontrar un equilibrio entre la rentabilidad y su vocación de servicio. Nunca volverá a ser lo que fue hace una década. Ni hace falta que así sea. Porque las ferias han cambiado. Y el mercado también. Y esas ISPO con todos los pabellones a rebosar y con prácticamente todas las grandes del deporte dándolo todo, ya quedan muy lejos. Y eso lo saben de sobras sus máximos responsables. Pero ISPO, en su día, se propuso marcar un camino, dar oportunidades, proponer soluciones, ayudar al sector siendo un escaparate de tendencias e innovación, y eso, que probablemente sea infinitamente menos rentable que un pabellón lleno de marcas, es el gran valor añadido que ahora mismo debe reforzar ISPO.
ISPO lleva años apostando por un modelo mixto que dé espacio al producto, pero, también, a los servicios, y la tendencia, vista la evolución de las dos últimas ediciones, es que la balanza se equilibre más hacia lo segundo. A estas alturas ha quedado bastante más que demostrado que una gran feria internacional que gire única y exclusivamente alrededor del producto ya no tiene recorrido (especialmente si las grandes le dan la espalda y si, además, se siguen consolidando algunos encuentros locales), pero tampoco es fácil consolidar una feria enfocada principalmente a definir nuevos caminos para el sector y mostrar todas las nuevas herramientas que tenemos para avanzar a través de ellos. Es un modelo muy atractivo, sí, pero también es muy complicado rentabilizarlo. Y las ferias, al final, son un negocio.
Todo apunta a que el gran salón del deporte seguirá apostando por esta fórmula, pero es obvio que tiene grandes retos de cara a sus próximas ediciones. Recuperar a esas grandes marcas que se han ido yendo se antoja muy complicado, casi imposible, así que el objetivo pasa por mantener esos fieles que acuden a Munich sí o sí, por intentar captar nuevas marcas que quieran aprovechar el escaparate de ISPO para crecer a nivel internacional y, sobre todo, por seguir impulsando nuevas propuestas que aporten valor, conocimiento y negocio al sector. En el presente y, sobre todo, en el futuro. Propuestas como, por ejemplo, la que se ha estrenado este año poniendo el foco en el peso que tiene y, sobre todo, que puede tener, el turismo deportivo. No son metros cuadrados alquilados, es evidente, pero es valor. Y mientras se lo pueda permitir, ese valor es lo que ahora hace más fuerte a ISPO. Sobre todo porque nadie puede liderar este camino como ellos...
Por Raul Bernat, redactor jefe
Noticias sobre marcas y empresas de deporte